La lluvia cae sobre el mar intranquilo,
Como una suave mano acariciando,
Calmando un corazón dolorido.
Como un náufrago abandonado
Por el destino y por la suerte,
Y a la soledad eterna condenado,
Un árbol anciano, alto y fuerte,
Blanco como el cielo invernal,
Sobre una roca desafía hasta a la misma muerte.
Anclado en medio de ningún lugar,
Sin que lo dobleguen el mar, la lluvia o el viento,
Rey solitario de un océano sin final.
Se yergue altivo bajo la mirada del firmamento.
Y allá arriba, por encima de las orgullosas montañas,
Los astros le observan con ojos argénteos.
Y a su alrededor, las olas estallan
Como esculturas de marfil y cristal,
Creando castillos de espuma blanca.
Árbol plantado en una roca sobre el mar.
De un reino vacío centinela,
A quien la lluvia acaricia con suavidad.
Como una gentil y etérea doncella,
Alivia su dolorosa y cruel soledad,
Mientras a ambos les envuelve la luz de las estrellas.