Por una tierra quemada,
Polvo, arena y cenizas.
Por el camino ardiente del desierto,
Avanza un espejismo de carne y metal,
La figura espectral de los soldados.
Impulsados por un fervor,
Que no sigue a ningún dios,
Que olvida a reyes y naciones.
Atraviesan el fuego y la muerte
Que llevan en su alma.
Bajo un pendón ondeante
Tejido con sangre y hueso,
El ejército sigue caminando.
Sin pasado, sin futuro, sin conciencia,
Quebradas están sus esperanzas.
Cansadas están sus almas.
Los bosques han sido talados
Para hacer lanzas y flechas.
Y lo mismo le ha pasado,
A los hombres, ya convertidos
En perros de guerra.
La canciones se han perdido,
Son ahora gritos de batalla.
El hogar, la familia:
Espejismos, sueños, recuerdos,
Reducidos a cenizas.
Bajo un pendón ondeante
Tejido con sangre y hueso,
El ejército sigue caminando.
Sin pasado, sin futuro, sin conciencia.
Dejando una estela de ánimas
Que en la medianoche los contemplan.
Y al frente de esa hilera
De sombra y sangre y marionetas,
En la cabeza de esa triste serpiente
Cabalga su maestra, diosa y señora:
Cabalga, sin descanso, la Muerte.
Y avanza el ejercito, llevando tras de si
El desierto que al mismo tiempo atraviesan.
El desierto de polvo de huesos y de sangre seca,
Arrancados de sus víctimas.
Arrancados de sus almas.
Bajo un pendón ondeante
Tejido con sangre y hueso,
El ejército sigue caminando.
Sin pasado, sin futuro, sin conciencia,
Su hambre jamás será saciada:
Nunca acabará su batalla.