Me gusta la oscuridad. La luz intensa quema los ojos, y
perfora el cráneo, mientras que la penumbra es suave y calmante. La luz es el
día, la actividad, la prisa, el ruido; la oscuridad es la noche, el sueño, la
duermevela, el silencio y lo magia. Para mí, sentarse en una habitación vacía
con la luz apagada es una de las sensaciones de mayor tranquilidad y seguridad
que uno puede experimentar. Y aun así, a veces, cuando pulso el interruptor, en
la millonésima de segundo que la luminosidad tarda en llenar hasta el último
rincón de mi visión, las fugaces sombras se convierten en todo aquello que yo
temo. Un terror absoluto, paralizante, que aunque dure solo un instante deja
una huella indeleble en mi mente. Si, me gusta la oscuridad, pero es también la
mayor de mis fobias.
sábado, 21 de septiembre de 2013
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