Un contacto infinitesimal, un instante perdido inmediatamente en el continuo girar del tiempo. Una acción casual e inconsecuente.
Un rayo, que me atraviesa de parte a parte, que me roba el aliento, que consigue borrar de mi cabeza hasta el último rastro de pensamiento racional.
Que me quita la vida durante un instante, y al mismo tiempo me la da.
Y quedo aturdido, paralizado. Noto como, en mi interior, pajaros se agitan, intentando escapar por mi boca. Como un dolor placentero se ensarta en mi garganta.
¿Qué extraño y salvaje ímpetu es éste, que me impulsa a correr y a postrarme, a gritar y guardar silencio, a perseguirte, a huir de tí?
¿Qué sentido tiene que, en el segundo que mi piel toca la tuya, pueda percibir la eternidad, flotando entre nosotros, esperando a que la hagamos nuestra?
Tanto da. Ya te has ido, perdida en tu vida, ajena tal vez a la brillante sinfonía de sensaciones que has provocado en mí.
Pero quiero creer que ese no es el caso.
Quiero creer que lo que me has hecho sentir no es si no el reflejo de la emoción que también a ti te ha embargado.
Quiero creer que la proxima vez que te vea, serán más que nuestras manos las que se encuentren.
Que detendremos el tiempo, lo haremos nuestro.
Si. Quiero creer que eso es lo que haremos.
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