Algo me ocurría. Algo se movía en mi interior, se agitaba, palpitaba, y pugnaba por salir. Me miré al espejo, y unos ojos enrojecidos y brillantes me devolvieron la mirada, heridas abiertas en la carne viva. Y ese palpitar, ese ritmo sordo e incesante, perseguía cada idea que cruzaba mi cabeza, un doloroso pulso que acompañaba a la melodía de mi pensamiento. Caí de rodillas, me desgarré la garganta al intentar gritar, me ardieron los ojos al intentar llorar, y el dolor, el punzante latido, creció y presiono, tratando de escapar…
Y entonces, con un crujido y el sonido del agua derramada, mi cabeza se abrió, y de ella salió mi alma, volando, una gaviota de plata y nácar que dejó atrás su cascarón de carne y se perdió en el infinito cielo nocturno.
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