En un lago verde, escondido en el mar de roca y nieve, se alza desafiante una mano de piedra y cristal, en un gesto de desafío, o tal vez de bendición. Sostenido por dos montañas, en las que hunde sus raíces, el Palacio Colgante contempla su oasis de esmeralda.
En sus paredes, ángeles tallados observan el infinito; entre sus infinitos torreones, el viento se pierde en remolinos de un agua invisible; en sus ventanales, el sol se deshace en lanzas de cristal dorado. Sobre sus más altos tejados, los pájaros anidan tranquilos, ajenos a la preciosa escultura que los sostiene, un monumento al tiempo, al aire y a la montaña.
Habitado por mil razas, construido por ninguna, el Palacio permanece, invariable a través de los siglos y de la marea de la vida. Pues eterna es la piedra en la que esta forjado, y eternas son sus estancias bañadas por la luz. Y solo cuando caigan las montañas que lo sostienen, caerá el Palacio Colgante, con todos sus recuerdos; todas sus historias, sobre reyes e imperios, sobre magia y dioses; todos sus habitantes, hombres longevos, vidas demasiado pronto acabadas;
todo el tiempo, en fin, atrapado en el polvo de sus tapices y en los resquicios de sus paredes.
2 comentarios:
Me encanta la descripción que has hecho sobre el palacio... Un palacio colgante, tan idílico como todos los mitos y fantasías que puedan existir, pero que como yo suelo decir, no es del todo imposible... :)
Saludos! Sigue así!
PD: Ese podría ser el prólogo de una gran historia, ¿No crees? :)
¿Sabes en qué castillo he pensado? En el de Narnia *_______*
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