Hace ya mucho tiempo, me enamore de una brisa.
El hechizo de una sola caricia bastó para convencerme, para que dejara todo lo que tenia, y me lanzara a perseguir mi amor.
Siempre cambiante, siempre veloz, como una luciérnaga que, hipnotizándome con su luz, se me escapara una y otra vez entre los dedos.
La seguí a lo largo del mundo, sobre el mar y la tierra, sin que océanos ni montañas fueran un obstáculo para mí.
Atravesé desiertos buscando su frescor, y recordé su calidez en la tundra helada.
Siempre avanzando, siempre persiguiéndola, siempre sin poder alcanzarla: Pero nunca me cansé, pues una llama encendida dentro de mi alma me impulsaba a seguir, y era al mismo tiempo lo que me daba esperanzas de alcanzar algún día a mi brisa.
¿Al fin y al cabo, no comparten el viento y el fuego su naturaleza etérea?
Probablemente os preguntéis como acaba esta historia.
Yo también, pues aún sigo buscando mi brisa.
Y sé que algún día la encontrare.
Lo sé.
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